jueves, 7 de junio de 2018

La manera en que bailamos la milonga



Alicia Salinas
Rosario, Argentina (2018)


Poemas para mi novia extranjera (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2015), nos sumerge en una atmósfera donde abundan las alusiones a personas concretas, lugares y hechos específicos. Aquí tallan los nombres propios, las singularidades antes que las generalidades y los hermetismos crípticos. Cuánto más se sepa sobre tales personajes, territorios y cosas, más nos envuelven los halos de esa atmósfera. Pero en todo caso nunca quedamos afuera: hay una invitación a conocer, a adentrarse al sustrato universal que se recrea desde el Río de la Plata. “Estética callejera le llaman a este balbuceo”, nos advierte el autor, Luis Pereira Severo (Paso de los Toros, Uruguay, 1956).

La mujer, la novia, la amante, la ex, la que podría haber sido, la que no fue, son excusas para volver a hablar de los asuntos que obsesionan al poeta y que verificamos a lo largo de su obra. Se trata del relato de una vida desde los detalles, desde lo cotidiano, desde lo micro. Eso que quizás y seguramente pasa desapercibido para otros que lo experimentan y acaso lo sufren, pero que Pereira recoge y transforma en materia prima de su poesía. Claro, como resulta que lo personal es político, a través de lo que puede parecer pequeño entramos en los temas sociales, en lo colectivo. Ha de ser la manera en que las gentes sencillas construimos nuestra épica y somos parte de la historia. La manera en que bailamos la milonga.

En otras palabras, el título del libro es una paradoja, ya que a partir del mundo privado que entraña un vínculo de noviazgo – y en concreto desde la evocación del amor y desde el desamor- aparecen y se abren paso la patria, la memoria, los compañeros, los maestros, el oficio. También su poemario anterior, Pabellón patrio, a pesar de la solemnidad y lo magno que sugiere su nombre nos invitaba a anclarnos en un registro de relatos íntimos, como se aclara desde la misma portada de aquel volumen.

Pero no se trata sólo de discurrir acerca del qué sino sobre todo del cómo, de las formas de Poemas para mi novia extranjera. Entre ambos polos hay una continuidad, una correspondencia, un diálogo fecundo. En efecto, en un tono que no es el de una voz grandilocuente, Pereira intercala poemas que llevan título con otros que no, o con títulos que parecieran situarse al final del poema mismo, entre paréntesis. También puede decirse que ese último verso funciona como identidad del poema, en un libro que está dividido en serie pero carece de índice. Pereira es libre a la hora de usar o desechar las mayúsculas, los signos de puntuación, la cursiva, allí donde la norma indica otra cosa. Por otro lado es profuso en la utilización de signos tipográficos, por ejemplo para separar los versos de un poema, dentro de un verso para establecer una pausa o simplemente al final de un verso, a lo que se suma la disposición gráfica de algunos versos, estrofas, poemas.

Todos gestos de irreverencia, que se registran no sólo en este uso del lenguaje sino en las tramas poetizadas, desde la inundación en un asentamiento a las bolsas del supermercado conservadas como recuerdo de una relación. Y allí reside la coherencia, en el lugar elegido para mirar, para contar, para decir(se), para filiarse o descentrarse. “No se trata de un mal sitio”, nos consuela en el último texto de la serie, que había iniciado con prólogo del gran poeta Alfredo Fressia. Quedamos a la espera de los futuros poemas que florecerán en ese sitio, de su mirada, de los nuevos pasos de milonga.