domingo, 13 de mayo de 2018

LA MEMORIA COMO ACTO DE POSESIÓN

En la sexta década de su vida y tras una media docena larga de volúmenes poéticos sobre sus espaldas, Luis Pereira Severo, nacido en Paso de los Toros, transitorio montevideano y fernandino de muchos años, propone una edición ampliada de “Poemas para mi novia extranjera” (Civiles Iletrados).

Elbio Rodríguez Barilari, revista Relaciones, Mayo 2018



Ya desde los ochentas, observadores desprejuiciados como los que escasean en el claustrofóbico mundillo literario uruguayo, habrían advertido la presencia de una voz mayor, sostenida, coherente, recatada e intensa al mismo tiempo.

Hay un par de razones para que la obra de Pereira no haya alcanzado hasta ahora la visibilidad y el reconocimiento que se merece. Por un lado, la ubicación excéntrica de ese poeta que nunca ha sido ni obsecuente ni genuflexo ante los protocolos feudales del medio. Y por otro, el racismo corriente de la “intelligentsia” uruguayensis ante autores que no sean del todo blancos, como Pereira, como Macunaíma, como Víctor Cunha, como Elder Silva, como Julio Garategui. Un racismo que no por solapado y vergonzante ha sido menos injusto y miope.
El extemporáneo Premio Nacional de Literatura que fue derramado sobre Pereira en 2017, tan merecido como inesperable, parece, por ahora, un extraño accidente, un error de cálculo del sistema.
La poesía de Pereira, escéptica y dolida al mismo tiempo, escéptica por dolida, dotada de un sarcasmo a largo plazo digamos, constituye el tipo de comentario no servicial, no maniqueo, no tranquilizador en el plano ideológico que el establishment culturoso uruguayo, limitado a dos o tres órganos de prensa, un minúsculo ámbito académico y las direcciones de cultura de la IMM y del MEC, no suele acoger con benevolencia.
Como muchos otros artistas de su generación, Pereira todavía batalla con la ruptura de sus sueños bolcheviques. Algunos sofocan esa batalla, la acallan. Otros se golpean el pecho y se declaran engañados, incluso estafados. Con coraje, Pereira elige la lucidez y la lealtad. Ni se llama a engaño sobre la quiebra de ese modelo, ni renuncia a la utopía traicionada por los comisarios soviéticos y vernáculos.
En los 80’s, a la salida de la dictadura, me tocó dar junto con otros, como los mencionados Víctor Cunha y Macunaíma, una pelea desigual contra los comisarios culturales de la literatura nacional, comunistas, excomunistas, tupamaros y extupamaros que se adueñaron de la directiva de ASESUR, la Asociación de Escritores del Uruguay, y se pusieron a repartirse cargos y prebendas, mayormente viajes a Cuba, Checoslovaquia, Hungría, la URSS y alguna ocasional excursión a España, Argentina o Brasil.
Nunca hubo duda de la lealtad de Pereira a aquéllos sueños rotos o en cuestión. Pero tampoco de su ética, de su condición “orejana” y anti-autoritaria. Mientras tanto los comisarios mandaban comunicados de prensa a “La Hora”, a “Brecha” y a “El País” adornándonos con adjetivos tan pintorescos como “agentes disolventes” y “divisionistas”, hablando de nuestros “fines oscuros” y declarándose en “estado de alerta”.
Nuestra respuesta fue el humor, el ridículo, un panfleto literario llamado “El Boñato Ilustrado”, con eñe, y un ciclo de poesía en el boliche “Amarcord”, intitulado “Cultura de Miércoles” que duró dos años y por el cual pasó todo el mundo.
Ante el arma del ridículo, los solemnes comisarios implodieron, como ocurre siempre. Hoy los comisarios ya casi no existen. Solamente existe ese pequeño núcleo feudal atrincherado en “páginas culturales” y en la burocracia. Y de nuestra parte, evolucionamos en lo que Lawrence Ferlinghetti ha bautizado como los urubeatniks.
Los urubeatniks, como los beatniks originales, no formamos un grupo y nunca hemos querido ser un grupo. Somos gente con coincidencias generacionales, que hemos leído a los mismos poetas y escuchado a los mismos músicos, y que por algún motivo hemos elegido la intemperie en lugar de las certezas dogmáticas.
Todavía están frescos el impacto y la tinta de “Ontheroadagain”, el más reciente libro de Macunaíma. Ahora se publica este volumen ampliado de Pereira y se anuncia la pronta aparición de libros de Elder Silva y Víctor Cunha. Me cabe el honor de ser el quinto Urubeatnik vivo, ya que el sexto sería Darnauchans, y soy el único no poeta, sino músico y prosista, el papel que le cupo a David Amram en la pandilla original, supongo.
Mientras que “Ontheroadagain” es un libro deliberadamente beatnik y urubeatnik, de acuerdo a la naturaleza efusiva y a la estética estridentista de Macunaíma, lo de Pereira es más la contención, el recato, el cultivo de cierta distancia.
Del Pereira temprano recuerdo su apego al exteriorismo de Ernesto Cardenal. Pero, hijos poéticos de Idea Vilariño, ni Pereira ni Elder Silva, los más cardenalistas de esta generación, han sido propensos a las formas extendidas que prefiere el vate nicaragüense.
El exteriorismo de Cardenal y la importancia dada lo circunstancial que viene de la escuela beatnik, le sirven a Pereira para controlar la intensidad emocional del poema. No hay un flujo incontrolado de la conciencia, como en William Burroughs o lo más torrencial de Allen Ginsberg. En vez de eso hay mesura, recato y un ocasional, bien calculado zarpazo.
Pereira finge aceptar una existencia módica:
mi modelo es / pasar la noche / como el personaje de / una serie de tevé de / historias de hospital / mostrador de restorán barato / whisky con dos piedras de hielo / una picada de fiambre y / luego la tevé por cable / encendida / como ninguna.
Excepto que no estamos seguros de que esa sea LA realidad, o una realidad copiada de la TV. El personaje en primera persona de Pereira se contempla vivir. Es un personaje auto-consciente, que vive en su cabeza tanto o más que en el mundo circundante. La poesía viene a compensar por la realidad que falta.
La era de las dictaduras, de las torturas y encarcelamientos, de la represión y la censura son presencias recurrentes, un trauma histórico indeleble en la visión del personaje-poeta junto a la caída del Muro y la crisis del socialismo real.
El mundo que describe es siempre austero, la solidaridad con los “pobres del mundo”, una constante. Una pobreza conmovedora y una ausencia de cualquier riqueza, ostentación y a veces pareciera que hasta desprovista de cualquier necesidad material.
Las riquezas, lo que se vive como un valor, una adquisición, son la poesía, la música, y el amor nunca explícito, nunca explosivo, muchas veces postergado o perdido.
Es una poesía de la memoria ¿cuál no lo es? Pero lo que en otras voces poéticas se refleja como pérdida, como vacío o como nostalgia, en Pereira parece ser exactamente lo opuesto, la memoria como posesión. Solamente se posee auténticamente aquello que uno es capaz de recordar y evocar. 
En ese sentido, la de Pereira no resulta una poesía melancólica, que mitologice la pérdida, sino una poesía que atesora y recuenta esas memorias.
Una diferencia esencial, que separa a Pereira de los precedentes beatniks y exterioristas por igual, es que a través de un largo proceso de aprendizaje y refinamiento, se ha convertido en un maestro del poema con vuelta de tuerca. Esto es, el poema que describe o evoca, muchas veces con un aire casual, para que solamente al final se produzca la revelación, muchas veces en una sola línea que cambia todo el sentido de lo ya dicho y que obliga a releer el poema hacia atrás.
A veces la vuelta de tuerca apela a la ironía, es éste un poeta que insiste en desacralizar al poeta como “sufridor”, lo cual se agradece doblemente cuando tantas veces la supuesta poesía actual nos coloca ante patéticas descargas de auto conmiseración, donde claramente se confunde poesía con catarsis y terapia. 
El estoicismo pereiriano, muy acertadamente señalado por Alfredo Fressia en su excelente prólogo, es sin duda una de las virtudes del libro. Lejos de contemplar a un Narciso herido regodeándose en su dolor, nos topamos con un poeta que mira a la historia, la colectiva y la personal, cara a cara y con un rictus irónico. Después de todo, el autor sabe, y sabemos nosotros, que “hay poemas de Gullar o Zurita en las mesas de liquidación”. No nos tomemos tan en serio, que al final, es sólo poesía.
En ocasiones el humor se encrespa, de la ironía al sarcasmo, como en las líneas con las que azuza a ciertos reseñistas del medio criollo:
torturemos doncellas, poeta/ confundamos a nuestros biógrafos/ compartamos musa, poeta/ provoquemos a Ciancio, Brando, Rosario/ Larre Borges.
Sus afinidades y amistades poéticas incluyen desde Hans Magnus Enzensberger hasta el peruano Antonio Cisneros, desde los mencionados Ferreira Gullar y Raúl Zurita, hasta Washington Benavídes y sus co-generacionales y co-urubeatniks Macunaíma, Elder Silva y Víctor Cunha. 
Las deudas literarias están pagas desde hace rato, las influencias, digeridas hasta hacerse irreconocibles. Estamos ante un poeta decantado, añejado, depurado y que viene a recoger, como otros de nuestra generación, los estandartes que supieron llevar Idea Vilariño, Benavídes, Salvador Puig. En el caso de Pereira, el de Puig más que nada. Y es mucho decir.